La vida es siniestra, nadie lo puede negar. ¿Cómo, si no, explicar que CríaCuentos, un periódico dedicado pura e íntegramente a la narrativa, haya visto la luz en un recital de poesía, durante la presentación de una antología poética, rodeada de poetas vehementes, íntimos o viscerales, que luchaban por abrirle paso a su voz en medio del ruido de la noche? ¿Será acaso que, por macabra coincidencia, los mejores amigos de la narrativa sean precisamente los poetas? ¿O será el simple y puro hecho de que no existe entre los escritores de cuentos una trama equiparable al clan de los poetas? Sea como sea, CríaCuentos ya se echó a volar y busca presas para sus próximos números. En el primer vuelo, viajan los porteños C. Faúndez, Eric Carvajal y Marcela Küpfer; el calerano Hugo Lepe; el rosarino Erno; y un ser anónimo y bizarro llamado Víctor Apablaza, que fija residencia en La Torre del Odio. Todos aportan con relatos, mentiras, angustias y ficciones -aunque más de alguno quiera ver un viso de impertinente realidad en algunos de sus cuentos- para saciar el hambre de los lectores empedernidos y, de paso, abrir el apetito de algún otro fabulador maldiciente que teja sus patrañas en prosa...
jueves, 31 de enero de 2008
martes, 1 de enero de 2008
Una especie en peligro de extinción
Los narradores son una especie en peligro de extinción. Parecen haber sido absorbidos por un magma incontrolable de poetas cuya temperatura y espesor se elevan peligrosamente día a día. Algunos escritores, amenazados por el embate de esta estampida poética, incluso se han mimetizado con los escribanos de los versos y han enterrado su imaginación para, en público, dedicarse a derramar sentimientos sobre una servilleta de papel.
Los narradores se han convertido hoy en creadores subversivos, marginales, ocultos. Su propia naturaleza individualista, en contraposición al espíritu gregario del poeta de bar, los ha hecho desaparecer del mapa creativo y mantenerse apenas representados por un puñado de escritores de cierto renombre nacional que, a buenas y primeras, lucen como los únicos adalides del mundo de la narrativa.
¿Qué hacer, entonces? ¿Sentarnos a observar, consignar y lamentar? ¿O salir a buscar una presa escurridiza y extraña que venga a adornar nuestra biblioteca personal? Me inclino por esto último. Y la mejor forma de hacerlo, supongo, es ofrecerles un remanso libre de sus enemigos naturales, donde su única misión sea crear una buena historia, sin obligaciones morales, sociales o existenciales.
De eso se trata CríaCuentos: una reserva literaria para narradores vulnerables y lectores devotos y hambrientos, que nos dé la certeza -o la aparente sensación de certeza- de que no todo está perdido.
Los narradores se han convertido hoy en creadores subversivos, marginales, ocultos. Su propia naturaleza individualista, en contraposición al espíritu gregario del poeta de bar, los ha hecho desaparecer del mapa creativo y mantenerse apenas representados por un puñado de escritores de cierto renombre nacional que, a buenas y primeras, lucen como los únicos adalides del mundo de la narrativa.
¿Qué hacer, entonces? ¿Sentarnos a observar, consignar y lamentar? ¿O salir a buscar una presa escurridiza y extraña que venga a adornar nuestra biblioteca personal? Me inclino por esto último. Y la mejor forma de hacerlo, supongo, es ofrecerles un remanso libre de sus enemigos naturales, donde su única misión sea crear una buena historia, sin obligaciones morales, sociales o existenciales.
De eso se trata CríaCuentos: una reserva literaria para narradores vulnerables y lectores devotos y hambrientos, que nos dé la certeza -o la aparente sensación de certeza- de que no todo está perdido.
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